Van Avermaet, campeón olímpico en la carrera del año


El triunfo descomunal de Greg Van Avermaet, nunca más un segundón. La dramática caída de los aguerridos Vincenzo Nibali y Sergio Luis Henao cuando avanzaban lanzados hacia la gloria. El excepcional trabajo de Polonia, protagonista de la carrera primero con Michal Kwiatkowski y después con un Rafal Majka que llegó a acariciar el oro, pero acabó acalambrado con el bronce. El generoso esfuerzo de Alejandro Valverde en favor de Joaquim Rodríguez, cuando en la última vuelta descubrió que no llevaba piernas para disputar la victoria. El quiero y no puedo del todopoderoso Chris Froome, quien venía de dominar de forma aplastante el Tour. El arrojo de Julian Alaphilippe... Cuando no es sencillo decidir por dónde comenzar la crónica de una carrera ciclista es porque esta ha ofrecido un gran nivel. Tan grande que, sin duda, la prueba en ruta de los Juegos Olímpicos de Río ha sido la mejor carrera ciclista del año. Con bastante diferencia. Abierta, durísima, impredecible, apasionante. Ciclismo en estado puro. Samba encima de una bicicleta. Fiesta para los amantes de este deporte. 


No sé si los Juegos de Río serán un éxito organizativo o no. Ojalá sí. Los primeros Juegos de América del Sur merecen terminar con buena nota y dejar un buen recuerdo, como merecen también los brasileños una tregua en mitad de sus escándalos de corrupción, su inestabilidad política y su división social. Pero lo que sí está claro es que la organización de la cita olímpica brasileña no podría haber estado más acertada en el diseño del recorrido de la carrera ciclista. Sencillamente perfecto. Exigente de inicio a fin. Con tramos adoquinados, ascensiones duras y descensos técnicos. El escenario colosal de las inmediaciones de Río, sobre todo ese hermoso circuito final con subida a Vista Chinesa, lo tenía todo para albergar un espectáculo deportivo de primer orden. Y los ciclistas, la mayoría de las grandes estrellas del pelotón internacional (un de ellas, Contador, ganó la Vuelta a Burgos ayer), demostraron desde el principio que por ellos no iba a quedar. Se voló desde la salida, con una fuga en la que entraron, entre otros, Jarlinson Pantano y Michal Kwiatkowski, representantes ambos de dos selecciones que hicieron una carrera magnífica. Colombia y Polonia jugaron sus bazas a la perfección. 

A España le tocó trabajar en el grupo. Es lo que ocurre cuando se tiene el favoritismo pero no las fuerzas. Primero fue Imanol Erviti quien se encargó de que la fuga no se desmadrara. Más tarde, Ion Izagirre entró en un corte que se produjo cuando el viento hizo de las suyas. No pasó a mayores ese movimiento. La carrera seguía controlada. Y entonces llegó el momento clave de la prueba, a falta de más de 70 kilómetros del final. Atacaron con todo Greg Van Avermaet, Geraint Thomas, Rein Taaramae y Damiano Caruso. Después se sumó al grupo, de mucho nivel y con todas las grandes selecciones representadas salvo España y Francia, Sergio Luis Henao.

A la selección dirigida por Javier Mínguez le pilló desprevenida y mermada ese ataque. Erviti, quien ya había hecho su trabajo en el tramo inicial, se había retirado. Ion Izagirre no estaba con fuerzas. Los dos líderes, Valverde y Purito, se reservaban. Sólo quedaba Jonathan Castroviejo. Un solo hombre contra un quinteto de ciclistas muy poderosos. Y llegó entonces el recital ya casi tradicional del ciclista vasco en las carreras con la selección. Hizo un trabajo portentoso, determinante, inmenso. Nadie le ayudó, pero él logró que la distancia del grupo de Van Avermaet no se fuera más allá del minuto. 

Cuando Castroviejo reventó, la carrera entró en otra fase. Llegaron más movimientos y quedó claro entonces que Valverde, probablemente agotado por él fabuloso esfuerzo del pasado Tour de Francia, no estaba en condiciones de luchar por las medallas. El murciano, siempre honesto consigo mismo, habló con Purito y se puso a su servicio. Cambio de planes y de roles. Con la ayuda de Valverde, primero, y de su garra después, Joaquim Rodríguez consiguió entrar en un grupo delantero que, además de los cinco fugados, contaba con Vincenzo Nibali, Rafal Majka, Andrey Zeits, Louis Meintjes, Julian Alaphilippe, Fabio Aru y Jakob Fuglsang. Casi nada. 

Sobre el papel, el belga Van Avermaet y el francés Alaphilippe eran los más rápidos del grupo. Pero aún restaba la ascensión final a Vista Chinesa y su peligroso descenso, en un paisaje selvático del que poco pudieron disfrutar los ciclistas, centrados en la competición. Con El Tiburón Nibali de por medio todo puede pasar menos que él no lo intente. Y, en efecto, el siciliano atacó, claro que atacó. Con él se fueron Henao y Majka. Tres hombres por delante en una prueba en la que se disputaban tres medallas. Y un grupo lleno de dudas e indecisión por detrás. La suerte parecía echada. Los metales irían para Italia, Colombia y Polonia. 

Pero en el ciclismo también juega la mala suerte. Y en el descenso, a tumba abierta, con las pulsaciones a mil por hora, Nibali y Henao se fueron al suelo. A veces este deporte puede ser muy cruel. El ciclista italiano y el colombiano decían adiós a sus opciones de triunfo olímpico de la peor manera posible, con una caída que les dejaba fuera de competición cuando ya acariciaban el éxito. Ese incidente dejó a Majka solo en cabeza, con todo a su favor para proclamarse campeón olímpico. Al ciclista polaco, consumado escalador, se le hizo demasiado largo el tramo llano final hasta la meta frente a Copacabana. 

No había entendimiento en el grupo perseguidor, donde Purito se desgañitaba pidiendo a sus compañeros colaborar en las labores de caza. Al saberse que por delante sólo quedaba Majka, las posibilidades, al menos de obtener medallas, regresaban al grupo. Nadie tiraba con convicción. Algunos, probablemente, porque no tenían ya fuerzas, exhaustos tras el brutal recorrido. Otros, porque no querían hacerle el trabajo a sus rivales. Y luego estaba Van Avermaet, que se sabía el más rápido del grupo, y posiblemente también el más fuerte. Aceleró la marcha y a su rueda se pegó Fulgsang. Y ya nadie vio al ciclista belga ni al danés. Este último colaboró mucho con Van Avermaet, quizá incluso más de lo que recomendaba la lógica, esa que dictaba que el belga era mucho más fuerte que él en la llegada. Esa labor conjunta, y el agotamiento que arrastraba Majka, les permitieron alcanzar al corredor polaco, que llegó tan reventado a la meta que no pudo ni siguiera intentar esprintar. Poco podría haber hecho, en cualquier caso, porque Van Avermaet era muy superior. 

No se le escapó el oro al ciclista belga, que este año ha vestido de amarillo en el Tour y que enterrado definitivamente la fama de segundón, del modo más contundente y glorioso posible. Plata para Fulgsang, quien supo pegarse a la rueda buena, y bronce para un Rafal Majka que soñó con el oro. El francés Alaphilippe le ganó el sprint del grupo a Joaquim Rodríguez, quien cierra su exitosa carrera deportiva con un quinto puesto en los Juegos, diploma olímpico. 

Deja muy buen sabor de boca esta prueba, la carrera ciclista más apasionante de cuantas hemos visto este año. Tanto que no pocos pedían ayer en la redes sociales, y nos sumamos a ello, que este mismo recorrido acoja una carrera ya permanente. Ojalá. De momento, podremos decir dentro de unos años que vimos (pese a las zancadillas de RTVE) esa descomunal carrera olímpica de Río.

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