"Sé por mí mismo que esos resultados no me los van a quitar, pero también sé que costará unos años que la gente crea en mí. Creo que ahora estamos viviendo la época más dura. Los corredores que se saltan las normas son una minoría, pero tenemos que convivir con la época post-dopaje y todos los prejuicios que conlleva". Esto dijo Chris Froome, ganador del Tour de Francia, en una entrevista con la BBC. Son unas declaraciones terribles que relatan a la perfección el estado de inseguridad, de dudas, de sombras de sospecha y de pagar por platos que rompieron otros en el que vive el ciclismo actual. Hemos cometido, como deporte, muchos errores. Pero llevamos años pagando por ello y no parece justo que sigamos arrastrando este sambenito. Y lo que nos queda. La principal carga que nuestro deporte sigue arrastrando es esa asociación inmediata que todavía se hace entre el ciclismo y el dopaje.
En cualquier otro deporte, serían muy impactantes unas declaraciones así de uno de los más destacados deportistas. A mí estas palabras de Froome me parecen realistas, sí, pero sobre todo las interpreto la demostración de una injusticia y de que algo va mal. Vivimos un momento en el que casi todo el mundo, entre ellos muchos aficionados, sospechan sistemáticamente del más fuerte. Ha ocurrido con especial claridad en el Tour de Francia y en la Vuelta, por la victoria de Horner en la ronda española. En la carrera francesa, Froome tuvo que atender a diario preguntas sobre el dopaje, sobre la credibilidad de su logro, sobre la superioridad mostrada.
En ningún otro deporte se duda, por sistema, del más fuerte. Una goleada en fútbol, por ejemplo, no se asocia a que el ganador vaya hasta las cejas de sustancias prohibidas. Este clima de inseguridad, de dudas, de sospecha, es la perversa herencia que ha recibido el ciclismo actual de una época oscura, pero pretérita, en la que el dopaje, pocas dudas tenemos a estas alturas de ello, estaba muy extendido. Pero el ciclismo ha hecho muchos esfuerzos por sacudirse estas dudas, incluidos dentro de esos esfuerzos el hecho de que los corredores tengan que estar localizables a cualquier hora del día todos los días del año. En ciclismo desde hace mucho hemos ido tan lejos en este empeño por mostrarnos los más limpios de falta que ahora prima la presunción de culpabilidad. Todo el mundo es culpable, o al menos sospechoso, hasta que no demuestre su inocencia. Al revés que en el Derecho y que en cualquier otro ámbito de la vida.
Me apenan las declaraciones de Froome, por lo que esconden, pero me gusta su lucidez y su reconocimiento de que al ciclismo actual no le queda otra que convivir durante un tiempo con los prejuicios de la era de dopaje generalizado. Es muy duro que así tenga que ser, porque es indudable que en un importante sector de la sociedad se sigue identificando al ciclismo con el dopaje. En gran medida, la credibilidad del ciclismo sigue herida, muy débil entre mucha gente. La pregunta es, ¿la realidad justifica esa sensación? Más bien parece, en efecto, que estamos sufriendo prejuicios y seguimos pagando por errores de otros, que seguimos asustando al resto del mundo con fantasmas del pasado. Y ahí siento observar que la capacidad de autodestrucción del ciclismo sigue siendo muy elevada. No hemos sabido gestionar bien la convivencia con ese pasado oscuro. Lance Armstrong es buen ejemplo de ello. De esa época de trampas y engaños y también de una forma errónea de llevar esa pasado.
Hay dos vertientes entre la gente del ciclismo sobre cómo afrontar el pasado. Unos dicen que quienes cometieron trampas y recurrieron al dopaje deben largar, tirar de la manta y contar todo lo que vieron, dar nombres para aclarar esa parte de nuestro pasado, para ayudar a recomponer el presente. La otra vertiente defiende, por el contrario, que el pasado, pasado está y que ahora conviene mirar hacia adelante, que ya nada de lo que podamos saber del pasado nos servirá de gran ayuda, pues no tiene remedio y de lo que se trata es de construir, seguir construyendo, un futuro limpio y creíble. Yo podría comulgar con la primera teoría, pero me desagrada cómo se está poniendo en práctica. Y también podría censurar el cinismo y las imperfecciones de la segunda, aunque visto lo visto me voy acercando más a ella.
¿De qué sirve que conozcamos hoy casos de dopaje de hace 15 años? ¿En qué nos va a ayudar eso para el futuro? Comparto la idea de que estaría bien que se hiciera un proceso sobre ese periodo en el que desde el anonimato, por qué no, los ciclistas que se doparon (la mayoría) ayuden a desentrañar las redes de dopaje que funcionaron entonces, pero no para abrir procesos públicos de quema de brujas en plazas o para buscar confesiones de culpabilidad en un estado cuasi religioso como el que vivimos ahora, en el que se persigue pureza de sangre y se marca de por vida a quien se dopó, en el que quien confiesa en la plaza pública sus pecados se sube a una atalaya desde la que puede pontificar sobre la limpieza del ciclismo. No, no puede ser ese el propósito. Esa actitud es estéril y autodestructiva. ¿Qué sentido tiene? ¿De qué nos sirve eso? De lo que se trata, por ejemplo, es de conocer esas redes que se lucran del dopaje. También se trataría de conocer si es cierto o no que la UCI miró para otro lado en varios casos de dopaje. De la implicación que tenían otros actores del mundo del ciclismo en el dopaje, como médicos o personajes siniestros que, siempre bordeando la línea, han pululado por este deporte durante años. Insisto, no con ese afán de venganza y de proceso de caza de brujas absurdo y fanático en el que caemos con demasiada frecuencia.
Un ejemplo claro de esta situación lo encontramos en la revelación de los positivos en el Tour del 98. Del siglo pasado. Contar los casos de dopaje de un evento del siglo pasado en un informe, por cierto, sobre la eficacia de la lucha del dopaje. Eficaz, lo que se dice eficaz, no parece tardar quince años en descubrir casos de dopaje. Al final lo que se consigue con estos comportamientos, y es hasta cierto punto comprensible, es que estas revelaciones sólo sirvan para hundir la credibilidad presente y futura del ciclismo. Como ese senador francés que dijo que, al igual que tardamos quince años en conocer estos casos de dopaje, quizá dentro de otros quince conozcamos que ciclistas de la actualidad también recurrieron a sustancias dopantes. Esa inseguridad, ese estado permanente de sospecha, no hay deporte que lo resista. No nos sirve de utilidad este proceso de caza de brujas retroactiva. Mirar hacia el futuro, conocer los errores del pasado, fundamentalmente, para lo único que sirve: para no repetirlos en el futuro, que es lo único que ya nos debe importar.
Armtrong está de gira por Europa. En Roma, concretamente, ha concedido una entrevista a La Gazzetta dello Sport en la que cuenta, básicamente, lo mismo de siempre. Una persona que mantuvo una mentira durante años e hizo un daño tremendo al ciclismo y que ahora no para de hablar después de su confesión en un show televisivo. "Yo sé que soy culpable. Sé que he hecho daño a algunas personas a las que ya he pedido disculpas públicamente y a algunos de ellas me gustaría hacerlo en persona. Pero mi dolor es mil veces mayor que el "crimen" que cometí. Entiendo que me han elegido como un símbolo de esos años, a pesar de que los mejores atletas en el ciclismo y así como los mánagers y los médicos estaban todos en el mismo barco. Podrían darme una sentencia de 5, 6 y 10 veces superior, ¡pero no mil! La verdad es que en el mundo de los deportes y el ciclismo en particular, hay mucha hipocresía. Yo soy el mal absoluto, otros todavía se consideran leyendas...”, afirmó el tejano.
Se equivoca Armstrong al decir que dañó a algunas personas. No. Nada de eso. Dañó al ciclismo en su conjunto, a todos los aficionados de este deporte, en especial los que creímos en él, los que le defendimos hasta el final, hasta que llegó esa confesión. Los que leímos fascinados su libro sobre cómo venció al cáncer. Su vida y parte de la historia de este deporte ha sido una mentira y no parece lógico que el corredor estadounidense venga ahora a dar lecciones de nada ni mucho menos a protestar. Pero, insisto, ¿qué vamos a resolver ya revolviendo el pasado? ¿Queda alguien que no haya entendido cómo funcionaban las cosas en esa época de nuestro deporte? Cuesta convivir con ese pasado oscuro, cierto. No hemos sabido gestionarlo. Y eso daña terriblemente al ciclismo actual, a ese que hace esfuerzos enormes por demostrar su limpieza. Golpear al presente con los errores del pasado, emponzoñar el futuro por lo que ocurrió hace años no parece nada inteligente ni justo. Demos una oportunidad al porvenir, ayudemos al ciclismo y su futuro si de verdad lo amamos. Para que dentro de unos años no sea necesario escuchar tan impactantes declaraciones por boca de un ganador del Tour, tan profundas y dolorosas, como las realizadas por Froome a la BBC con la que empezamos este artículo.
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