Mi querida bicicleta

En 2009 la Vuelta Ciclista a España salió de Holanda. La embajada en España de los Países Bajos promovió la publicación de un libro de "relatos de ciclismo de Holanda y España", que se tituló Mi querida bicicleta, como el relato de Miguel Delibes que cierra la obra. Es una pequeña joya. Mis amigos no sólo soportan estoicamente mi afición por el ciclismo, ese deporte que ponen a la hora de la siesta en televisión, sino que además la comprenden y refuerzan. Una buena amiga me regaló un ejemplar de esta obra, de la Editorial Experimenta. Y sin duda pasa a ser uno de esos libros que uno conserva con especial cariño, al que sabe que volverá más pronto que tarde. 


Fueron los periodistas Bert Wagendorp y Carlos Arribas los encargados de seleccionar los textos. Esta obra sirve para volver a constatar que el ciclismo es material literario de primera clase. Hay aportaciones de autores españoles y holandeses, en esta hermosa iniciativa de unión que se decidió en torno a ese comienzo de la Vuelta de hace siete años. Los de los autores holandeses proceden todos de la revista literaria de ciclismo De Muur. Como explica Wagendorp en el prólogo, "los textos dan prueba de la riqueza del ciclismo como fuente de relatos y demuestran cómo se puede disfrutar de este magnífico deporte incluso en los momentos en los que no asistimos a ninguna carrera", razón por la cual estos relatos están especialmente indicados para el invierno, cuando se detiene la actividad ciclista. 

Son diez relatos, todos ellos con la bicicleta, la querida bicicleta, como nexo. Asistimos a los meses que pasó Pedro Horrillo en Londres en Pedalenado con Bruno, donde recuperó esa sensación de absoluta libertad y de enorme satisfacción que da la bicicleta. Hay relatos emotivos también, como el que abre la obra, Las lágrimas de los Otxoa, de Edwin Winkels, que rememora el brutal accidente que costó la vida a Ricardo Otxoa y dejó muy herido a su hermano Javier. 

Hay un par de relatos que nos recuerdan cómo dos grandes novelistas contemporáneos adoraban el ciclismo. En Ernest Hemingway era ciclista, de Erik Brouwer se repasa el estrecho vínculo entre el escritor estadounidense y las carreras ciclistas en el tiempo que vivió en París, e incluso cómo algunos de los personajes de sus más reconocidas obras homenajeó a algunos corredores de la época, dándoles el nombre de ciclistas. Cierra el libro el relato Mi querida bicicleta, de Miguel Delibes, donde se narra con cariño y elegancia lo que significaba la bicicleta para un joven en una España gris llena de restricciones, sintiéndose Al Capone huyendo de los guardias. 

En 1965 su autor, Jesús Gómez Peña, nos sitúa en una marcha cicloturista donde un inesperado pinchazo le dará al protagonista la ocasión de tener un encuentro que no olvidará. También de encuentros azarosos en el pasado va Tres escalones, de Alain Laiseka, donde entramos en un cuartel para hacer la mili junto al protagonista, que conocerá allí a Jesús Loroño, en sus comienzos. En Hilario, el ciclismo de Obaba, de Bernardo Atxaga, se presencia la pérdida de la inocencia de los protagonistas, y en Lluvia en los ojos, de Thijs Zonneveld, se aborda la globalización, el encuentro de distintas culturas, de ciclistas de idiomas y costumbres diferentes. El hombre de la mochila. Rememorando a Gerrie Knetemann, de Tim Krabbé; y El deseo de convertirse en mito, de Peter Winnen, completan esta joya, esta compilación deliciosa de relatos ciclistas. 

Comentarios