Gilbert conquista el trono de piedra

La París-Roubaix se ha disputado el mismo día en el que se estrena la última temporada de Juego de tronos y, si se piensa un poco, tal vez no sea una casualidad. Si en la serie se lucha por alcanzar el trono de hierro, en la clásica ciclista se persigue un adoquín, una piedra, que reconoce al que mejor ha dominado los tramos de pavé que convierten la carrera en el Infierno del Norte. Algo así como un trono de piedra. George R. R. Martin, autor de la saga de novelas en la que se basa la serie, no tiene el menor problema en eliminar a personajes, del modo más inesperado y sangriento que pueda imaginarse, por muy protagonistas que sean. Lo mismo sucede en la París-Roubaix, donde los tramos adoquinados no entienden de galones y las averías y caídas no distinguen entre protagonistas y actores secundarios. 


Hay paralelismos claros entre la clásica ciclista y la serie, sí. O será que acabo de ver el tercer monumento del año y estoy deseando saber cómo prosigue la historia de Juego de tronos. La París-Roubaix, como la serie, es una carrera de supervivencia, en la que se sabe que no llegarán al final todos los que empezaron, ni mucho menos, y en la que nadie tiene garantizada la victoria. La diferencia principal quizá sea que en la clásica ciclista todo sucede en un solo día, que es algo así como concentrar en un solo capítulo la boda roja, la batalla de los bastardos y todos los grandes hitos de lo visto hasta ahora en la serie. Todo seguido, sin anestesia.

Después de seis horas de batalla, Philippe Gilbert ha conseguido la victoria, el quinto monumento de su palmarés, tras sus dos Giro de Lombardía (2009 y 2010), su Lieja-Bastoña-Lieja de 2011 y su Tour de Flandes de 2017. Es decir, ya sólo le falta la Milán-San Remo para sumar triunfos en todos los monumentos del calendario. Su triunfo culminó una extraordinaria estrategia del Deceuninck-Quick Step, que empezó metiendo en la primera escapada del día a Yves Lampaert y Tom Declercq. Una escapada, por cierto, que tardó más de 100 kilómetros en formarse. Hubo mucha pelea desde la salida, como corresponde a un monumento, como se espera del Infierno del Norte. Antes de que llegaran los primeros tramos adoquinados, los ciclistas ya llevaban un buen castigo en las piernas. Naturalmente, lo peor estaba por llegar. Lo peor para ellos, lo más exigente, pero lo mejor para los amantes del ciclismo. 

La presencia en esa escapada de Lampaert y Declercq era una declaración de intenciones del equipo belga, que llevaba desde 2014 sin ganar la París-Roubaix. En esa fuga inicial, por cierto, también entró el español Jorge Arcas. En la fuga había corredores que aparecían entre los favoritos a la victoria final, como Matteo Trentin, quien sufrió una inoportuna avería y quedó descolgado del grupo cabecero. La escapada, en todo caso, no cuajó. Se sucedieron las caídas, no sólo en los tramos adoquinados. El estrés, la tensión, los nervios constantes de esta carrera infernal, dejaron fuera de la prueba, entre otros, a Ilke Keisse, que sufrió una caída brutal, a Tiesj Benoot (que se estampó contra la luna trasera de un coche) o a Alexander Kristoff, entre otros muchos. 

La llegada de la carrera al bosque de Arenberg, el primero de los tres tramos de cinco estrellas, provocó una selección natural en el grupo de favoritos, que quedó muy reducido. Salió en cabeza del bosque más legendario de la historia del ciclismo Stijn Vandderbergh, aunque no logró llevar adelante su intentona. En ese tramo sufrió la primera de las muchas contrariedades que le quedaban por delante Wout van Aert, que perdió contacto con el grupo. Cuando lo alcanzó, unos kilómetros después, se fue al suelo. Pero volvió a levantarse y, en solitario, llegó de nuevo a la altura de los mejores de la carrera. Su inmenso esfuerzo le pasaría después factura, pero dio un auténtico recital sobre las piedras. Nunca sabremos qué habría pasado si la mala suerte no se hubiera cruzado en su camino. 

Philippe Gilbert, Nils Politt y Rüdiger Selig se marcharon por delante y formaron un terceto de cabeza bien avenido, que logró un puñado de segundos de ventaja sobre los favoritos. El corte importante llegó poco después, cuando Peter Sagan, Wout Van Aert (renacido ya por segunda vez, como Jon Snow), Yves Lampaert, Sep Vanmarcke e Iván García Cortina se marcharon hacia adelante. La mala suerte se cebó esta vez con el ciclista español, que estuvo en el corte adecuado y tuteó a los hombres fuertes de la carrera, pero sufrió una avería en el peor momento posible. Perdió sus opciones, pero renovó las buenas vibraciones que transmite en las carreras de un día. Lástima. 

La presencia de dos ciclistas del Deceuninck-Quick Step en el grupo de cabeza dejaba al equipo belga en una situación privilegiada, pero sus rivales eran de entidad. Descolgados Selig, Vanmarcke y García Cortina, su rival más sólido parecía ser Peter Sagan, hasta ese momento, impecable. Pero el ciclista eslovaco se desfondó en el momento decisivo del día y no pudo responder al ataque de Gilbert, que sí sugió Politt. Para entonces, Van Aert también había perdido sus opciones, extenuado por los sobreesfuerzos que tuvo que hacer para superar las sucesivas contrariedades que sufrió en la carrera. Gilbert y Politt entraron juntos en el velódromo de Roubaix, donde se decidió la carrera. Ganó con autoridad Gilbert, inmenso, estratosférico. Su compañero Lampaert terminó tercero. Gilbert recibió su piedra, alcanzó el trono por el que tanto lucharon los supervivientes de la París-Roubaix, un año más, la carrera ciclista más dura del mundo, como una de esas batallas decisivas y espectaculares de Juego de tronos, sin dragones ni caminantes blancos, pero con adoquines y pasión ciclista desbordada. 

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