Landismo

 

En su texto de contraportada, Landismo, el libro con el que la editorial Libros de Ruta celebra su décimo aniversario, la obra empieza definiéndose con lo que no es (ni la biografía de un ciclista ni quizá tampoco una obra de ciclismo), porque es tal vez más fácil decir lo que no es que lo que sí. Pasa exactamente lo mismo con el landismo. Al final, el libro se presenta como una celebración del ciclismo y eso, claro, también es el landismo. Y tiene mucho de landismo, signifique eso lo que signifique, que una editorial especializada en libros de ciclismo, Libros de Ruta, cumpla diez años y decida celebrarlo con un compendio de relatos tan diversos, atractivo y sugerente como éste, que además tuve la suerte de comprar en la librería de la editorial en Bilbao, que debe ser visita obligada de todo amante de este deporte, con su escalera tachonada de nombres de cimas míticas.


El libro comienza con un prólogo en el que Marcos Pereda, periodista y escritor especializado en ciclismo, introduce lo que el lector leerá en las páginas siguientes. El libro, ya digo, una maravillosa rareza, es delicioso para todo amante del ciclismo, sea landista o no, sea landista o aún no sepa que lo es. La pluralidad de voces y enfoques es lo mejor de Landismo, que incluye relatos de ficción, otros en los que Landa es sólo un mínimo pretexto o aparece muy de perfil, miniensayos sobre lo que el landismo dice del deporte y de los medios de comunicación, referencias culturales y hasta políticas. Todo tiene cabida en el libro porque el ciclismo en el fondo, como la literatura, se parece a la vida. 

Como todo lo que leo de él, me ha gustado especialmente la aportación a este libro colectivo de Ander Izagirre, que busca algo así como una genealogía del landismo. Se remonta al Tour de 1934, en el que René Vietto fue parado para ayudar a su líder, Antonin Magne, y tuvo que darle su rueda. El autor dice de él que es algo así como el bisabuelo del landismo. En meta declaró: “yo no he dado ninguna rueda, a mí me la han quitado. Ha sido un atraco. Debería poner una denuncia”. Como se recogerá en varios otros relatos del libro, el autor explica que el landismo nació en el Giro de Italia de 2015 cuando, tras ganar dos etapas de montaña seguidas y poner en aprietos a Contador, a Landa le ordenaron esperar a su líder, Aru. “No hay landismo sin esa convicción de que el ídolo no ganó porque le cortaron las alas, una convicción indemostrable y por tanto indestructible, una convicción impermeable al hecho de que el ídolo tampoco ganó cuando sí le dejaron”, leemos. 

En esa exploración de los antepasados de Landa, el autor también recuerda a Jesús Loroño, que le disputaba a Bahamontes el liderato de la selección española en las grandes vueltas. El libro está lleno de definiciones del landismo, quizá estas dos de Ander Izagirre sean las más precisas: “una cuidadosa selección de oportunidades perdidas” y “la pasión por uno de los mejores ciclistas, tan poderoso como para alimentar una y otra vez las expectativas más altas pero no tanto como para cumplirlas”.

También he disfrutado especialmente el relato de Elena Alcalde. Escribe la autora: “nunca he comulgado con esa imagen de pícaro costumbrista o esa representación quijotesca a la que tan fácilmente recurren sus ‘cronistas’ de cabecera. Siempre he creído que la belleza indiscutible de este esperpento radica en su falta de propósito. ¿No resulta fascinante la capacidad que tiene para emocionarnos un fenómeno aleatorio cuyo fin nunca ha sido el de asombrarnos?” Describe a Landa como tipo normal, “un chaval que nos encandila con sus luces y a la vez no hace el mínimo esfuerzo por ocultar sus sombras”. Lo compara finalmente con el realismo mágico.

Hay relatos, ya digo, en los que Landa sólo aparece de fondo, como el precioso relato de Marc Cornet ambientado en el final del Tour de Francia de 2016 y centrado en la historia de  Tgsgabu Gebremaryan Grmay, el primer ciclista etíope en terminar el Tour (en la posición 92). Landa, gregario de Froome en aquel Tour, aparece sólo al final y muy tangencialmente. O los relatos de María Sirvent, con ese abuelo que resulta que era landista, y de Txani Rodríguez, en el que montar en bici tiene un significado especial. 

Ana Rosa Gómez Rosal, doctora en Filosofía, hace una aportación maravillosa a la obra, con un estilo fantástico. Habla del fenómeno fan, de Moisés y sus cuarenta años de peregrinación por el desierto para al final morir antes de llega a la Tierra Prometida o de hecho de que la derrota une más que la victoria. .Habla del placer subyacente en descubrir a un campeón en potencia antes que nadie. Eso de que un cantante antes, cuando no lo conocía casi nadie, sí que molaba de verdad. Dice que el cristianismo es popular por culpa de un fan que llegó de fuera y tarde, llamado Pablo de Tarso. Los apóstoles seguro que les dirían que el cristianismo de entonces, el de ellos, el de los true, era el bueno de verdad”. La autora enmarca a Landa en la categoría del antihéroe frente al modelo de héroe clásico. “La melena de Jesucristo, la armadura de Don Quijote, la forma de coger las curvas de Mikel Landa… Entienden el concepto, ¿no?”  Deja otra buena definición del landismo, que describe como "uno de los últimos reductos impermeables a la moda del optimismo casposo y la meritocracia y los discursos circunspectos sobre la supuesta obligación de ser el mejor hasta fregando platos”.

Peio H. Riaño se centra en el Giro de 2015 y rescata una anécdota de Landa en el podio de aquella carrera; Peio Ruiz Cabestany escribe desde la perspectiva de un escéptico del landismo que sale a pedalear tras leer una entrevista con el ciclista y que va cambiando el tono de su soliloquio en función de la pendiente del tramo por el que transita: cabreado si es cuesta arriba, comprensivo si llanea o desciende, en el que es uno de los relatos más originales de la obra; Ramón Espinar aporte interesantes reflexiones sobre el trato de los medios de comunicación españoles a cualquier ciclista que destaca; Guille Ortiz plantea un sugerente paralelismo entre el landismo y el mockumentary This is Spinal Tap y, para concluir, Carlos Arriba escribe con su brillante estilo habitual un compendio de razones por las que queremos tanto a Landa, que sirve también como carta de amor al ciclismo y, de paso, a quienes llevan diez años alimentando la relación entre este deporte y la literatura en la editorial Libros de Ruta. Feliz primera década y a por muchas más. 

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