Intratable Van der Poel


No ha llovido hoy en la París-Roubaix, pero sí ha brillado el arcoíris. Igual que ayer en la edición femenina, que se llevó Lotte Kopecky enfundada en su maillot arcoíris de campeona del mundo, hoy en la prueba masculina ha hecho lo propio Mathieu Van der Poel. Ha sido una victoria descomunal, tras 59 kilómetros escapado en solitario, una de las más impresionantes que se recuerdan en la que muchos consideramos la mejor clásica del mundo. Un triunfo soberbio, a lo campeón, que confirma al ciclista neerlandés como el mejor clasicómano del mundo hoy por hoy. Todas las miradas se dirigían hacia él en la salida, era el máximo favorito, pero en el Infierno del Norte puede ocurrir cualquier cosa. Van der Poel, apoyado en su talento y fuerza arrolladores y en la enorme solidez del Alpecin-Deceuninck, ha controlado a su antojo la carrera para sumar un triunfo incuestionable. 

La grandeza de la París-Roubaix, creada en 1896, está en su dureza extrema, en las muchas historias y leyendas vividas sobre sus piedras y, claro, en los grandes nombres de sus vencedores históricos. Y Van der Poel ha igualado hoy a unos cuantos titanes de la historia de este deporte y de esta carrera. Ha sido el primer ciclista en ganar la carrera como campeón del mundo desde Peter Sagan en 2018, el primer corredor en lograr el doblete Tour de Flandes y París-Roubaix en una misma temporada tras Fabian Cancellara en 2013 y el primero también en lograr dos victorias consecutivas en el Infierno del Norte desde que Tom Boonen lo consiguió en 2008 y 2009. 


Más historia, más nombres, más referencias que demuestran la trascendencia del soberbio triunfo logrado hoy por Van der Poel. Es el sexto monumento del corredor neerlandés tras los Tour de Flandes de 2020, 2022 y 2024, y la Milán-San Remo y la París-Roubaix del año pasado. Esto significa que sólo hay nueve ciclistas en la historia del ciclismo con más monumentos que él: Merckx (19), De Vlaeminck (11), Girardengo, Coppi y Kelly (9), Van Llooy (8) y Boonen, Cancellara y Bartali (7). Palabras mayores. Van der Poel se queda a sólo un monumento de igualar a Boonen y Cancellara, las dos últimas grandes leyendas de las carreras de un día. 


Van der Poel ha llegado con su maillot arcoíris casi inmaculado, con alguna que otra salpicadura de polvo, al mítico velódromo de Roubaix. La falta de lluvia, las favorables condiciones meteorológicas y el ritmo descomunal que se ha impuesto en la carrera desde la salida (las dos primeras horas han tenido medias superiores a los 50 kilómetros por hora) han provocado que la de hoy haya sido una París-Roubaix trepidante, velocísima, la más rápida de la historia con una media de 47,8 kilómetros por hora. Una barbaridad.  Como siempre, una carrera de supervivencia a lo largo de sus 259,7 kilómetros de recorrido, de los cuales 55,7 kilómetros pertenecían a los 29 tramos de piedras que hacen única esta prueba. De todos esos tramos, ordenados en orden decreciente desde el más lejano al más cercano de meta, fue el número 13, Orchies, donde Van der Poel lanzó su ataque definitivo. 


La carrera empezó con una mala noticia, ya que Dylan Van Baarle no pudo tomar la salida tras encontrarse mal justo antes de tomar la salida, en el bus del equipo. Una vez comenzada la carrera, se sucedieron los ataques para intentar formar la fuga desde el instante justo en que comenzó la prueba tras la salida neutralizada. Se formó un primer grupo de nivel con Kasper Asgreen, ganador del Tour de Flandes de 2021. Junto a él  entraron en la fuga Rasmus Tiller, Marco Haller, Liam Slock, Gleb Syritsa, Kamil Malecki y Per Strand HagenesSaltaron a por ellos Dries De Bondt y Dusan Rajovic


Las caídas hicieron acto de presencia.  A 221 kilómetros del final se fueron al suelo, entre otros, Elia Viviani y Jonathan Milan. Otro clásico son los pinchazos, como el que sufrió Christophe Laporte en el primer tramo adoquinado. Los fugados fueron cazados a 143 kilómetros por hora. Muy pronto hubo un primer corte. Quedaron en el grupo trasero las dos principales bazas del Movistar, Oier Lazkano e Iván García Cortina. En el grupo delantero el Alpecin-Deceuninck de Mathieu Van der Poel y Jasper Philipsen asumió toda la responsabilidad. Poco después, el joven Joshua Tarling fue expulsado de la carrera tras agarrarse al coche de su equipo más de la cuenta tras un pinchazo. 


En el bosque de Arenberg lanzó su primer gran ataque Van der Poel. Salieron del mítico tramo en cabeza Van der Poel y Philipsen junto a Mick Van Dijke y Mads Pedersen. Era un grupo interesante de mucho nivel que podría haber abierto camino, pero un pinchazo de Philipsen llevó a parar a Van der Poel y provocó un reagrupamiento. Luego se fueron hacia adelante Stefan Küng, Nils Politt y Gianni Vermeersch. El Lidl-Trek de Pedersen, que solventó rápidamente un pinchazo, tiró entonces del grupo perseguidor. 


Y entonces llegó Orchies, a casi 60 kilómetros de meta. Van der Poel lanzó un ataque descomunal y ahí sentenció la carrera. Se fue solo, apabullante, arrasando con todo, aclamado por la enorme cantidad de público que ha seguido el tercer monumento del año en las carreteras, en especial, en los tramos empedrados. Quedaron en su persecución, pero ya pensando más en el podio que en una más que improbable caza, su compañero de equipo Philipsen, junto a Pedersen, Pithié, Pollit y Küng. Vermeersch, que se había quedado descolgado, saltó desde atrás e intentó enlazar con el grupo perseguidor para redondear el recital del equipo de Van der Poel. 


El campeón del mundo entró en el velódromo de Roubaix con todo el tiempo del mundo para celebrar la victoria. La segunda plaza se la jugaron al sprint su coequipier Philipsen, Pedersen y Pollit. Este último sabía que era el que peor lo tenía y fue también el primer en lanzar el sprint. Se impuso Philipsen, completando un doblete sensacional del Alpecin-Deceuninck, y completó el podio Pedersen. Mucho tiempo después, seguían llegando en goteo los supervivientes del Infierno del Norte, que un año más ha entregado a su vencedor el premio más original, icónico e irónico del ciclismo: un adoquín gigante, una piedra como todas esas sobre las que Van der Poel ha hecho brillar el arcoíris hoy. 

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