La rueda de la mentira

Hay un pasaje en La rueda de la mentira, el libro de Juliet Macur editado por Libros de Ruta que tiene como preciso subtítulo La caída de Lance Armstrong, que refleja con claridad la personalidad del exciclista texano. Cuenta la autora que, antes del comienzo de la Cascade Classic se disputaba una carrera infantil. Armstrong corrió con los niños, "la mayoría, aún con ruedines". Un chaval llegó a la parte final de la carrera junto al profesional estadounidense. Quedaban unos pocos metros. Ya casi llegaban. Y entonces, narra Macur, "con una última pedalada, el campeón del mundo sobrepasó al niño en la línea de meta". Armstrong, ese ciclista de una ambición insaciable que le impide dejar ganar a un chaval en una carrera infantil y que le empuja a idear el mayor sistema de dopaje en el mundo del ciclismo de todos los tiempos. 

El libro, excepcional, que tiene bien ganado el adjetivo de "definitivo", es a la vez una biografía de Armstrong, de todas sus mentiras, y también una anatomía de una época muy oscura del ciclismo. Cuenta el corredor de Texas que se siente utilizado por todos: patrocinadores, periodistas, organizadores de carrera. Y no le falta razón. Él construyó una ficción basada en engaños, él traicionó a millones de aficionados en todo el mundo. No tiene excusa ni perdón posible, por más que él declare, y tiene razón, que cuando llegó aquello ya estaba más o menos así, que era obvio que la práctica totalidad del pelotón se dopaba. Pero en algo tiene razón Armstrong y es en que a muchas personas no les interesó indagar en las más que evidentes sospechas de dopaje del ciclista estadounidense. 


Era la suya una historia demasiado hermosa como para truncarla desvelando la verdad. El chaval hijo de una madre soltera que sobrevivió a un cáncer y volvió más fuerte que antes para lograr una hazaña nunca antes siquiera imaginada, ganar siete veces seguidas el Tour de Francia. Pero resulta que todo estaba cimentado en mentiras. Ni su historia familiar era exactamente como él contaba ni, por supuesto, corría limpio, con el único impulso de sus piernas. Pero a mucha gente le dio igual. Mucha gente hizo mucho dinero con Armstrong. Empezando por la UCI. El ciclismo llegaba del escándalo Festina en el Tour de 1998. Necesitaba con urgencia alguien que lo rescatara. Y Armstrong, con su poderosa historia, era el mejor candidato. Por eso la UCI decidió creerlo, incluso ocultando positivos e innumerables indicios de que hacía trampas. 

El libro, extraordinario, que se basa en entrevistas con el propio Armstrong y con decenas de personas de su entorno, está dividido en seis partes: mentiras de la familia, mentiras del deporte, mentiras de los medios, mentiras de la hermandad, mentiras del héroe americana y la verdad. Comienza el relato con los camiones de mudanza llevándose los muebles de la fabulosa mansión de Armstrong, que debe abandonar para ir a una casa más modesta (sólo en comparación con aquella), porque ha perdido el favor de los patrocinadores, porque ya se ha destapado su gran mentira, que él mismo decidió contar en el programa de su amiga Oprah Winfrey. Después, la autora se remonta a la infancia de Armstorng, para matizar la historia de hijo de una madre soltera, que no es exactamente cómo contó el ciclista, y para mostrar después a un joven ambicioso dispuesto a todo para ganar. 

La imagen que se da del ciclismo de aquel tiempo es devastadora. Realista, porque lo que se cuenta es lo que sucedía: lo raro era encontrar a alguien que rodara limpio. Había corredores que se resistían a entrar en esa rueda de la mentira que da título al libro. Y esos corredores, que denunciaron a Armstrong, que se sentían asqueados por la utilización del dopaje permanentemente, con toda clase de sustancias prohibidas y con transfusiones de sangre, pasaron por un infierno. Armstrong y sus todopoderosos abogados, Armstrong y los medios estadounidenses que lo defendían a muerte de cada acusación de dopaje en la prensa europea, Armstrong y su soberbia, su sensación de inmunidad absoluta. Se enfrentaron contra un muro. Por eso para ellos fue tan importante la confesión del corredor estadounidense, su caída definitiva. Por una cuestión de honor. Porque habían sido insultados y amenazados por el siete veces ganador del Tour, por el gran héroe americano. 

Este libro sirve también para analizar todo lo que falló, que fue mucho. Esa omertá en el pelotón, que queremos pensar que ya no existe, o de ese modo. Ese silencio cómplice de tantos medios que prefirieron no investigar todas esas pruebas que tenían ante sus narices. Esa actitud poco exigente de tantos aficionados, que no sospecharon de los récords de velocidad en cada Tour, o de que corredores que eran velocistas, de pronto, ganaran etapas de montaña. Esos patrocinadores que no sólo no pidieron explicaciones a Armstrong por las denuncias de dopaje, sino que se pusieron a su servicio, ideando campañas, como la de Nike, amenazantes contra quienes sospechaban de la limpieza de las victorias del texano. Esa UCI inepta que miró hacia otro lado, pensando que protegiendo a Armstrong protegían al ciclismo. Ojalá sirva para aprender todo lo que no se debe repetir. 

La estructura y el estilo del libro es portentoso. Se aprecia que hay mucho trabajo de documentación detrás, mucha investigación, muchas entrevistas y una actitud crítica, que es la que siempre se debe esperar de un periodista. Reconoce la autora, y es justo hacerlo, la labor excepcional que hizo Armstrong con la creación de su fundación, que tantos fondos recaudó para la lucha contra el cáncer. Pero también refleja cómo el texano utilizó tantas veces el cáncer como escudo ante las críticas y las sospechas de dopaje. Y eso fue obsceno por parte de Armstrong. Muy obsceno. Su retrato es el retrato de un sociópata que ni siquiera tras confesar cree haber hecho algo mal. Le humaniza el motivo que le llevó a contar la verdad, cómo su hijo se peleó con un compañero de escuela por defender a su padre de una acusación de dopaje. 

El libro concluye, claro, con los agradecimientos de la autora, unas páginas escritas con una dulzura exquisita, como cuando le dice a su padre: "si me enamoré fue porque contigo era divertido", o cuando escribe sobre su madre que "todo el mundo debería tener una madre como ella, alguien que cree que todo lo que escribes, incluso una noticia breve de cien palabras, debería ganar el Pulitzer". 

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