Con el ritmo tan frenético de estrenos de series y películas en las plataformas habituales, es imposible estar al día, y todavía no había visto la segunda temporada de Tour de Francia: en el corazón del pelotón, el documental de Netflix sobre la carrera francesa, centrado en la edición de 2023. Así que estos días navideños me he puesto al día y he visto los ocho capítulos de esta nueva temporada de una producción que permite ver imágenes dentro de los coches, los buses y los hoteles de los equipos, y que siempre aporta algo interesante tanto a quienes ya somos aficionados como al gran público.
Es importante tener en cuenta que este documental se dirige, especialmente, al gran público, a los no aficionados fanáticos del ciclismo. Yo sigo todas las carreras que puedo, pero no me considero un purista, y me desagradaría mucho serlo, de hecho, porque creo que los puristas a menudo terminan dañando eso que tanto aman, porque no lo saben querer bien y se rebelan contra cualquier intento de acercarlo a más personas. Reconozco que viendo esta segunda temporada he tenido algún momento con cierto tic de purista, por la forma sensacionalista de contar algunas historias, por algunas simplificaciones excesivas, pero, por fortuna, me duraron poco esos momentos y terminó siempre imponiéndose la alegría de saber que Netflix acerca el ciclismo y el Tour a millones de personas en todo el mundo, y también el disfrute de ver detalles, declaraciones y momentos que solo podemos presenciar gracias a documentales como este.
Quizá el mejor capítulo de todos sea el último, muy centrado en Thibaut Pinot y su despedida como ciclista profesional. Aquella penúltima etapa en los puertos por los que el francés solía entrenar, esa curva en la que se concentraron todos sus seguidores y que él pasó en cabeza, su forma memorable de decir adiós al Tour y a su carrera. El documental capta a la perfección las emociones únicas de ese día y también el contraste entre esos corredores de la vieja escuela, más guiados por las emociones que los números, y otros como el Visma, que no dejan espacio alguno a la improvisación y que todo lo miden y analizan fríamente.
Además, unas torpes declaraciones de Richard Plugge, director del equipo de Vingegaard, que ese año dominó a su antojo la carrera, diciendo que había voto beber cerveza en los días de descanso a los ciclistas del Groupama, dan mucho juego porque permiten reflejar el contraste entre él y Marc Madiot, el temperamental y pasional manager del equipo francés. Son, en efecto, dos formas de entender el ciclismo y casi diría que la vida. Y es imprescindible que la segunda perviva, porque hay mucha más emoción en ese intento frustrado de Pinot de ganar la etapa que en cualquier victoria aplastante de equipos todopoderosos.
Otro gran acierto del documental es, precisamente, que muestra otras historias más allá de la rivalidad entre Jonas Vingegaard y Tadej Pogacar. Por supuesto, ellos también aparecen y tienen el protagonismo debido, pero se da espacio a otros corredores. Vemos a varios ciclistas, por ejemplo, mantener charlas con sus parejas días antes del inicio del Tour. Es un recurso resultón que no siempre queda natural, pero que busca mostrar el lado humano de los corredores. Porque cuando vemos una carrera ciclista no estamos viendo un videojuego, sino a personas a las que les duelen las piernas, que piensan en sus hijos cuando se lanzan en un descenso, que tienen sus temores e ilusiones.
Hay momentazos en esta segunda temporada del documental, como las reuniones de los mandamases de Ineos, primero, para decidir quién va a la carrera, y después, para tomar la decisión de quién será el líder para la general, entre Tom Pidcock y Carlos Rodríguez. Parece bastante surrealista que realmente debatieran en serio si Pidcock podía ser el líder del equipo para la general por delante de Rodríguez. Se muestra cómo Pidcock está bastante cabreado cuando le dicen que tiene que ayudar a Rodríguez. Da un buen salseo, como cuando se ve claramente que en un final en alto el equipo podio a Pidcock que esperara a Rodríguez en una subida y no lo hizo.
Otro nombre propio es Ben O’Connor, que da mucho juego y al que se presenta en ocasiones como alguien un poco arisco, enfadón y envidioso. Se ve cómo no le sienta nada bien que su compatriota Jai Hindley gane una etapa y se ponga líder, y tampoco le sienta nada bien que, ante su bajo rendimiento, le digan en su equipo que debe trabajar para Felix Gall. De todos modos, por decirlo todo, es de agradecer que O’Connor se muestre siempre muy natural en las entrevistas, no esconde nada.
En el documental se habla mucho también de Gino Mäder, fallecido apenas unas semanas antes del comienzo del Tour tras una caída. Se refleja, sobre todo, el impacto de esa muerte en sus compañeros, y la emoción especial de Pello Bilbao y de Matej Mohoric cuando le pueden dedicar un triunfo de etapa.
Entre los aciertos del documental está también que dedica un buen espacio a los velocistas, a los gregarios y a la contrarreloj, mostrando toda la emoción de esta espaciosidad. Hay un capítulo muy emocionante en el que se muestran varios sprints con vídeos desde los coches de los distintos equipos. Y luego están las charlas previas a cada etapa, que siempre me parecen un poco paripé, entiendo que es porque no dejan grabarlo todo, como es lógico. En cualquier caso, es de agradecer que vivamos en una era en la que se estén generalizando los documentales sobre ciclismo, porque ayuda a entrar en territorios hasta hace no tanto inaccesibles para el aficionado. Es muy entretenido este documental, que nos recuerda una vez más la extraordinaria capacidad del ciclismo de generar historias.
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