Recuerdos ciclistas (XXX): Froome sentencia la Vuelta en Logroño

Esta nueva sección de los Recuerdos ciclistas llegan a su trigésima edición. La abrimos para cobijarnos en la memoria de tantos grandes días de ciclismo, antes de poder volver a disfrutar de este deporte en directo, con el regreso de las competiciones, cuando la crisis del coronavirus nos lo permita. Entonces no pensábamos que esto fuera a durar tanto y que adquiriera semejantes proporciones de dramatismo y dolor. Poco a poco, vamos viendo la luz al final del túnel, aunque aún es muy pronto para dar por superada la pandemia. En lo que respecta al regreso del ciclismo, está por ver si finalmente la situación sanitaria permite retomar la actividad tal y como la prevé la UCI, con el Tour de Francia a partir de finales de agosto, y el resto de grandes pruebas, reubicadas después, hasta noviembre. El tiempo dirá. 


De momento, mientras seguimos esperando que esta pesadilla quede atrás, tenemos que seguir rebuscando en la memoria recuerdos ciclistas que nos emocionen. El que traigo hoy es muy reciente, de 2017, pero le tengo mucho cariño, ya que fue otro de esos días en los que pude disfrutar del ciclismo de primera mano, ya que viajé a Logroño, oficialmente, para conocer la ciudad, que aún no tenía el gusto, y en buena medida, ya de paso, para poder ver la contrarreloj individual de la Vuelta de ese año, que iba a terminar ahí y que podría resultar una jornada decisiva. 

Disfruté como un enano de cada instante de aquel viaje. Me encantó Logroño, para empezar, y también vibré con la etapa, claro, como conté en esta crónica. Incluso antes, ya que la crono se disputaba tras el segundo día de descanso de la prueba, por lo que algún equipo pasó noche en la ciudad y pude ver sus autobuses e incluso a algún corredor entrenar por las carreteras esa jornada de descanso. 

Como la etapa era una contrarreloj individual, el mayor ambiente llegó en la parte final de la jornada, cuando aparecían los ciclistas mejor clasificados. Pero yo estuve allí desde primera hora, por supuesto. Como he contado aquí alguna otra vez, la emoción de vivir una etapa de ciclismo in situ me lleva a querer no perderme nada. No ya la caravana, sino incluso la carrera de la Vuelta junior o el propio montaje de esa ciudad rodante que es una carrera ciclista. Me encanta no perder detalle. Me puse cerca de una pantalla gigante, para ver la evolución de la etapa, y después me fui acercando más y más a la línea de meta, donde había más concentración de aficionados. 

Fue un día vibrante de ciclismo, aunque las cronos siempre son menos emocionantes que otras etapas como las de montaña. Hubo muchos momentos interesantes, o así los viví. Sobre todo, tres: el paso de Alberto Contador, que corría su última Vuelta a España y que recibió el apoyo y la admiración absoluta de los aficionados, un auténtico clamor; la presencia de Miguel Indurain en el podio final, también convenientemente aclamado; y, sobre todo, la arrolladora victoria de Chris Froome, con la que sentenció su triunfo en la general, su primera victoria en la Vuelta, que tanto le había costado, que tanto se le había resistido y que persiguió sin descanso, año tras año, tras venir de triunfar en el Tour. Aquel día fue especial para Froome y lo fue para todos los que vimos la etapa en directo. En lo deportivo quizá no fue tan memorable, pero el recuerdo se engrandece por la emoción de disfrutar in situ del ciclismo. Y, encima, en una ciudad como Logroño. 

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