Colbrelli reina en el Infierno


Cuando Sonny Colbrelli (Bahrein-Victorious), Florian Vermeersch (Lotto-Soudal) y Mathieu Van der Poel (Alpecin-Fenix) se disponían a entrar en el velódromo de Roubaix para disputarse la victoria de la París-Roubaix, el monumento conocido como el Infierno del Norte por su extrema dureza, se alcanzaba la sexta hora de carrera. Seis horas de adoquines, barro, caídas, problemas técnicos, ataques, sustos y pasión descontrolada. Seis horas de sufrimiento inhumano. Seis horas de uno de los mayores espectáculos que puede ofrecer este deporte. Seis horas después, todo habría de resolverse en los metros finales en el velódromo. Con las fuerzas justas, los tres ya extenuados, necesitados con urgencia de una ducha para quitarse de encima el barro, llegaron los tres supervivientes del grupo de cabeza. El gran favorito, claro, era Van der Poel, pero nadie llega en cabeza al velódromo de Roubaix por casualidad, así que cualquiera de los componentes del trío delantero tenía opciones. Se impuso Colbrelli, campeón de Italia y de Europa este año, que era debutante en la prueba, al igual que sus dos compañeros de podio. 

Ha sido la edición más ansiada de la París-Roubaix en un siglo, después de que se tuviera que suspender el año pasado por culpa de la pandemia. Desde su creación en 1896, esta salvaje clásica sólo se había suspendido antes por culpa de las dos guerras mundiales, del 15 al 18 y del 40 al 42 del siglo pasado. El maldito coronavirus obligó el año pasado a anular el Infierno del Norte, que volvió a ser pospuesto esta primavera, cuando la situación epidemiológica en Francia hacia imposible su disputa. Hoy, al fin, se ha vuelto a correr, después del colosal estreno de la París-Roubaix Femmes del día anterior. 




Las condiciones climatológicas, con mucho barro y charcos en los tramos empedrados por culpa de la lluvia, han sido muy adversas. La carrera, más infernal y exigente que nunca, volvió a ser una prueba de supervivencia. Las caídas, los pinchazos y los contratiempos se sucedieron desde el principio. Uno a uno, la París-Roubaix iba eliminando candidatos. Daba igual su prestigio o sus ambiciones, esta carrera es implacable. Muy lejos de meta se despidió de cualquier opción de triunfar Peter Sagan. Lo peleó hasta el final, pero no pudo llegar al desenlace con posibilidades de victoria, Wout Van Aert, uno de esos ciclistas que es favorito de cualquier carrera que disputa. 

Gianni Moscon intentó repetir la exhibición en solitario de Lizzie Deignan de ayer. El ciclista italiano del Ineos se marchó en cabeza y logró una renta superior incluso a los 40 segundos, pero una caída redujo sensiblemente esa ventaja. Le patinó la bicicleta. La peligrosidad era máxima. Llegaron a su altura Van der Poel, Colbrelli y Vermeersch, joven ciclista belga de apenas 22 años que hoy se ha doctorado como un clasicómano al que conviene tener en cuenta para todo. El ciclista, nacido en Gante, tenía hasta ahora el bronce en el Mundial sub23 contrarreloj como su principal logro. Desde hoy cuenta con un podio en la París-Roubaix del reencuentro, la de la vuelta de una prueba única, que muchos consideramos la mejor del mundo, nuestra preferida. 

Moscon terminó perdiendo contacto con sus tres compañeros de grupo, así que la victoria quedó entre Van der Poel, el niño prodigio que se siente entre barro y piedras como en casa; el citado Vermeersch, la sensación del día, y un Sonny Colbrelli que hasta hoy no había ganado ningún momento y que se estrenaba en la París-Roubaix. 




El triunfo de hoy es el octavo del corredor italiano esta temporada y, sin duda, el más importante de su carrera. Este 2021 ha ganado también los campeonatos nacionales en ruta de Italia y de Europa, una etapa del Tour de Romandía, otra del Dauphiné, el Tour del Benelux más una etapa y el Memorial Marco Pantani. Colbrelli se ha llevado hoy a casa el adoquín que le acredita como ganador de la París-Roubaix, tal vez el premio más irónico y hasta sarcástico del deporte mundial: un adoquín tras estar seis horas peleándose con los elementos en los tramos empedrados. Esta clásica es única, no digamos ya con lluvia. Ha sido una larga espera, pero el Infierno del Noete ha vuelto a recordarnos su grandeza. Un día dantesco y extremo, un día portentoso de ciclismo. 

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