Ocaña

Faltan cinco días para que comience el Tour de Francia e iniciamos aquí la previa de la carrera francesa. El mayor espectáculo ciclista de la temporada, la prueba que todo lo da o lo quita. La semana pasada leí Ocaña, la magnífica biografía del ciclista conquense que ha escrito Carlos Arribas, y creo que es una buena forma de comenzar esta semana previa al inicio del Tour con la vida del ganador de la ronda gala en 1973. 

Es muy ilusionante el gran momento que vive la literatura ciclista en español. Hay que agradecer a editoriales como Cultura Ciclista que tengamos muchas obras sobre nuestro deporte. Recientemente se han publicado nuevos libros muy atractivos. Por ejemplo, Cuentos del Tour, del periodista de El Periódico de Cataluña Sergio López-Egea. O En París se han vuelto locos, del periodista de El Mundo Jon Rivas, editado por Roca Editorial. No tiene mala pinta A golpe de pedal, de Pedro Delgado, editado por la Editorial Contra, en la que el exciclista narra sus vivencias como comentarista de ciclismo en medios como TVE o la Cadena Ser. La efervescencia que vive la literatura ciclista es una gozada para los amantes de este deporte y de la lectura, que vemos conjugadas dos de nuestras grandes pasiones.

En Ocaña, Carlos Arriba emplea su exquisito estilo, ese con el que nos deslumbra en cada crónica ciclista en el diario El País, para construir una biografía novelada de Luis Ocaña. Nacido en una familia humilde de Priego, el corredor sufre una infancia falta de cariño. Tendrán que emigrar a Francia por la asfixiante época posterior a la Guerra Civil española que hacía imposible la existencia de personas de izquierdas como era su familia. Allí Ocaña sufre la distancia de su pueblo natal y configura su personalidad. Español en Francia, francés en Alemania. Luchó siempre contra cualquier forma de autoridad. Primero su padre, luego el dueño de la carpintería donde comenzó a trabajar y al que, en un arrebato, lanzó un martillo. Fue una persona temperamental, con mucho carácter, excesivo en todo. 

Las gestas deportivas y los sinsabores e infortunios encima de la bicicleta están narrados en este libro cuyo principal mérito es mostrar la personalidad de Ocaña. Arribas entra en el personaje, nos permite conocer cómo es, qué piensa. El autor recrea conversaciones del genial ciclista con personajes de su entorno y así podemos entender mejor al eterno incomprendido, al corredor que, rebelde siempre, desafío a Eddy Merckx, caníbal del ciclismo. La rivalidad de Ocaña con el belga fue uno de los ejes centrales de su carrera deportiva. Tras correr dos temporadas como amateur en Francia, en el Mercier BP, Ocaña ficha por el Fagor español, donde está otros dos años (1969 y 1970). No le agradan las disputas intentistas en el ciclismo español, el duelo con el equipo Kas. Por eso ficha por el Bic francés, donde está desde 1970 hasta 1974 y donde conquistará sus principales logros

En el comienzo del libro, el autor recuerda una frase de De Gribaldy sobre el ciclismo que define a la perfección el modo de entender este deporte, y la vida en sí misma, de Luis Ocaña. Al ataque, siempre al ataque. "Se dice vamos a jugar al fútbol o a jugar al tenis o al balonmano, pero nadie ha dicho ni nadie dirá, porque no se le entendería, vamos a jugar al ciclismo ni tampoco vamos a jugar al boxeo. Al ciclismo, como al boxeo, no se juega, al ciclismo se pelea, en ciclismo se combate". Esa es la personalidad de Ocaña. Una persona rebelde que no concibe el ciclismo de un modo distinto al ataque. Aunque sean demarrajes sin sentido, alocados, los suyos, como aquel en la Vuelta a Andalucía en la que debutó con Fagor a su aire, poniendo patas arriba la carrera sin contar con sus compañeros y exhibiendo su caráter indomable. 

Dos veces ganador del campeonato de España (el más emotivo triunfo de los nacionales fue el de 1968, cuando le llevó el maillot de campeón de España a su padre, pocos días antes de la muerte de este), triunfador en la Vuelta a España en 1970, tres veces ganador del Dauphiné (1970, 1972 y 1973) y muchas otras victorias en su palmarés, lo que marcó la carrera deportiva de Ocaña fue el Tour. Y decir el Tour es decir su rivalidad con Merckx, cinco veces ganador de la grande boucle. Cuando Ocaña saluda por primera vez al belga dice, o Arribas pone en su boca esta expresión tan reveladora, "le he dado la mano a Dios". Batir a Merckx, romper con su tiranía, será el gran objetivo de Ocaña en el Tour. En 1971, tras haberse vestido de líder con un formidable ataque que dejó KO por primera vez al gigante belga, Ocaña tuvo que retirarse al sufrir una caída. Tenía ese Tour en las manos, la diferencia invitaba a pensar que podría lograrlo, pero el fatalismo y la mala suerte, compañeros de viaje de Ocaña durante toda su carrera, se cruzaron en medio. 

La salud tampoco le acompañó en 1972. Un año después, Ocaña acudía al Tour con ansias de revancha, con la intención de llevarse al fin la ronda gala. Comenzó ese Tour con una decepción: Merckx no sería de la partida. Cualquier otro celebraría que el principal rival hubiera optado ese año por correr el Giro y la Vuelta (que se corría en abril, entonces) porque los organizadores de la ronda española le pagaron una cuantiosa suma de dinero. Pero Ocaña jamás le perdonó a Merckx que no corriera aquel Tour de 1973 que ganó a la campeón, arrasando a todos sus rivales, inmisericorde. Fue su gran triunfo, pero el corredor conquense lamentó la ausencia del caníbal. Emuló su forma de correr y de ganar. Seis etapas de aquel Tour se llevó Ocaña. Así como muchos piensan que el Tour de 1971 hubiera sido del español si no hubiera mediado la caída, muchos otros defienden que Merckx, quien lo había pasado mal para batir a Ocaña en la Vuelta de aquel año, habría cedido ante el portentoso estado de forma del corredor del Bic. Nunca lo sabremos. Lo cierto es que Ocaña tocó techo aquel año y las lesiones, así como la debilidad mental del corredor, le pasaron factura desde entonces. Corrió después del Bic en el SuperSer y en el Frisol. Nuncamás volvió a ser quien fue. 

Después de retirarse, Ocaña se dedica a vivir en la finca que se compró en Francia y a trabajar la tierra, buscando hacer florecer su negocio de armañac. También se hace director deportivo, una faceta en la que de nuevo volverá a sentirse incomprendido y en la que verá falta de carácter en los ciclistas de otra generación. Se hará cargo del equipo amateur colombiano que corrió el Giro de 1983 y después dirigirá Teka, de donde salió tarifando con González Linares, y al renacido Fagor, donde tampoco sale de buenas maneras ni logra todos los éxitos que un ciclista de su clase y talento haría presagiar. 

Conocemos después la faceta del Ocaña comentarista deportivo en la Cadena Ser, en la Cope y en Antena 3 Radio. En esos pasajes del libro, por cierto, cuesta no sentir nostalgia por aquella época, aunque uno lo la viviera, por la descomunal cobertura mediática del ciclismo por aquel entonces, comparado con la pobre situación que vivimos ahora. En el Tour del 83, cuando Ocaña era director del equipo colombiano, Radio Caracol hacía un programa de ¡nueve horas diarias! No estoy pidiendo que se vuelva a hacer algo similar, pero da envidia. También lo da la cobertura de las radios españolas al Giro (¿qué fue del Giro en las radios españolas?), al Tour y a la Vuelta. Esos despliegues exuberantes de José María García, con quien Ocaña comentó varias carreras, con un equipo de 22 personas, con motos, helicópteros y programas en las metas de las etapas. Da envidia esa época. Ahora, si todas las radios dan media hora cada día del final de etapa del Tour y la Vuelta podemos darnos con un canto en los dientes. 

El libro de Carlos Arribas acierta al mostrarnos al Ocaña persona y no sólo al Ocaña ciclista. Nos muestra sus correrías nocturnas, su apoyo polémico al Frente Nacional de Le Pen en Francia, las infidelidades a su esposa o la conflictiva relación con su hijo. Estremece ver cómo el hombre joven que ha dejado el ciclismo pasa penurias económicas, cómo enferma de hepatitis y se abate, se viene abajo. Habla con amigos de la idea del suicidio y una tarde pone fin a su vida de un disparo. Su familia nunca creyó la hipótesis del suicidio, señalando indirectamente a Josaine, esposa de Ocaña, quien era la única persona que estaba en la casa cuando ocurrió la desgracia, pero lo cierto es que la policía y el juez determinaron que fue un suicidio y el corredor había hablado con sus seres queridos de la idea de poner fin a su vida para no sufrir como su padre. Quiso tener siempre el control sobre su vida y con ese último acto impidió que la enfermedad le dominara, cuentan algunos de sus seres queridos. Se fue de ese modo traumático un genio excesivo e irrepetible cuya vida narra con maestría Carlos Arribas en esta muy recomendable obra de Cultura Ciclista. 

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