Presunción de culpabilidad

La magnífica revista cultural Jot Down publicó ayer un artículo titulado Vincenzo Nibali y la sombra del dopaje en el Tour 2014, donde su autor, Guillermo Ortiz, hace una profusa recopilación de insinuaciones sobre distintos ciclistas, empezando por el ganador de la pasada edición de la ronda gala. El título da una idea de lo poco sutil que resulta el artículo, cuya premisa parece clara: los ciclistas son culpables, por norma, hasta que demuestren lo contrario. El autor parece adoptar la tesis de la presunción de culpabilidad que muchas personas aplican para los ciclistas. A diferencia del resto de personas, no gozan de la presunción de inocencia, sino que de entrada todos son sospechosos y, si acaso, deberán intentar demostrar su inocencia. Con no poca habilidad narrativa, en este artículo se mezclan hechos reales con meras especulaciones, lo que da un resultado bastante logrado que termina por dibujar un escenario lleno de sospechas y dudas en el mundo del ciclismo. Sucede que ese escenario se dibuja con trazos gruesos, demasiado gruesos, al modo de los relatos de la conspiración sobre, por ejemplo, la no llegada del hombre a la Luna. Se recopilan hechos que parecen verosímiles y termina con convencerse con retórica de algo indemostrable. Tengo pocas dudas de que la mayoría de los lectores de este artículo concluirán que el ciclismo en su conjunto está sucio. Es la permanente sospecha que arrastra nuestro deporte, el prejuicio injusto que artículos como este contribuyen a perpetuar y agrandar. 

Siembra dudas este artículo sobre Vincenzo Nibali por las grandes diferencias sobre sus rivales y porque el director deportivo del Astana, su equipo, es Alexander Vinokourov, un exciclista que dio positivo, cumplió su sanción y volvió a competir. No le debe de convencer al autor eso de dar una segunda oportunidad a los corredores que dan positivo y cumplen su sanción, pues para él parecen quedar marcados de por vida. Entre las "dudas razonables" que dice encontrar el autor sobre la victoria de Nibali en el Tour está su descomunal rendimiento en la quinta etapa, la que transcurría por varios tramos adoquinados, algunos de ellos de la París-Roubaix. Insinúa que el gran dominio de Astana responde a ayudas extra. Esa teoría simplista de que hay fórmulas mágicas que convierten en ganador del Tour de Francia a cualquier tipo que te encuentres por la calle es poco sostenible. Partiendo de esa base, podemos aceptar que, en efecto, el dopaje otorga ventaja a quien hace trampas respecto al resto. Pero, ¿precisamente en el adoquín? Es absurdo sostener que tomar sustancias prohibidas permite dominar en tramos de pavés, donde son la pericia sobre la bicicleta y la valentía las que marcan la diferencia. 

Le extraña al autor del artículo que Nibali, que jamás ha corrido sobre adoquín, lo hiciera tan bien. Es un argumento pobre que emplea durante todo el escrito: alguien es sistemáticamente sospechosos si de repente destaca donde antes no había corrido. Estoy convencido de que el autor de este artículo conoce bien el mundo del ciclismo, porque leyendo el texto se aprecia que así es. Por eso, no dudo de que sabrá que los equipos de los favoritos, entre ellos el Astana de Nibali, reconocieron la etapa de pavé antes del Tour, precisamente para no llegar a ella de nuevas. Por otro lado, no habría estado de más que el autor hubiera recogido en el artículo con más detalla que Nibali ganó la Vuelta a España en 2010 y el Giro de Italia el año pasado con similar dominio sobre sus rivales al mostrado en el Tour. Negar que el italiano ha seguido una progresión evidente muy lejana al surgimiento repentino y sospechoso que insinúa me parece injusto.

También siempre dudas este artículo sobre Chris Froome. De él recuerda la escena que, en efecto, generó mucha polémica, en el Dauphiné en la que el ciclista británico de origen keniata usaba en carrera un respirador. Asegura el artículo que la UCI y el Sky se sacaron de la manga un permiso exprés para justificar el uso del salbutamol. Es decir, presupone que la máxima autoridad del ciclismo mundial está compinchada con los equipos (¿con todos o sólo con Sky?) para camuflar positivos o irregularidades. Como si la UCI no hubiera cambiado, como si el actual presidente del organismo, Brian Cookson, no hubiera llegado al puesto haciendo campaña, precisamente, contra las discutibles prácticas de su antecesor, Patrick MacQaid, quien a su vez siguió las prácticas de Hein Verbruggen, quien supuestamente tapó un positivo de Armstrong en los 90. Yo no tengo razones para pensar que la UCI actual, con una nueva directiva, perpetúe esos usos del pasado y creo que a día de hoy sólo desde la insidia se puede sostener tal cosa.  Por cierto, hablando de los permisos. Sé que habría quedado menos vistoso, pero el autor podría haber recordado cómo el año pasado Nibali corrió una crono de la Vuelta a España con un ojo muy hinchado porque le había picado una avispa y no se pudo dar crema para aliviar el dolor, pues no tenía permiso para ello y la pomada incluía corticoides, por lo que habría dado positivo. 

Olvida también el autor que Chris Froome sufría una enfermedad que le fue diagnosticada en 2011 y que, una vez pudo recibir un tratamiento adecuado, le permitió mejorar su rendimiento sobre la bicicleta. Le parece esto al autor y a los amigos de las sospechas sin fronteras una pamplina. En su derecho están de creerle o no. Podría haberse molestado en incluirlo en el artículo cuando dice que Froome pasó de apenas poder subir los grandes puertos de montaña del Tour a ganar la carrera con gran autoridad en 2012. De nuevo, olvida hechos del pasado para presentar la irrupción de Froome como algo espontáneo, sorprendente, sospechoso. No fue tanto así. Ya en la Vuelta de 2011 terminó segundo. También duda el autor de la retirada de Froome tras las caídas que sufrió en el Tour. Viene a insinuar que el británico se bajó de la bicicleta, no sé muy bien si por temor a que le pillaran en un control. Pero, ¿quién le habría de pillar? ¿Esas autoridades del ciclismo que en el párrafo anterior insinuaba que camuflaban positivos y se inventaban permisos exprés para protegerlo? 

Otro corredor que ponen en punto de mira en el artículo es Rafal Majka. El joven escalador polaco, ganador de dos etapas y de la clasificación de la montaña del Tour, se lució demasiado en la carrera francesa, viene a sostener el artículo. No es normal, afirma, que tras terminar agotado un Giro en el que concluyó sexto en la general consiga estas victorias en la ronda gala con tan poco tiempo para recuperarse de los esfuerzos. Majka es un portentoso escalador y no está de más resaltar que sus victorias llegaron en la parte final del Tour y que el polaco no ha disputado la general de la carrera, lo que implica no tener que esforzarse por aguantar en el grupo de los favoritos en todas las etapas, no tener la tensión de dar la cara en cada ocasión, sino que puedes guardarte para buscar objetivos secundarios, digamos, como buscar triunfos de etapa. Mucho menos desgaste y, además, más libertad e movimientos en montaña, más margen por parte de los hombres fuertes. De nuevo, sospechas sin pruebas. 

Por cierto, en el artículo se dice que Majka fue a última hora al Tour porque su compañero de equipo Roman Kreuziger fue suspendido temporalmente por su equipo a causa de anomalías en su pasaporte biológico. Es cierto. Justo ayer, el corredor checo recibió el visto bueno para volver a la competición. No dice el autor del artículo, y es extraño porque no dudo que lo conoce bien, que estas suspensiones temporales son decisiones propias de los equipos, que han decidido firmar un estricto código de conducta para colaborar con las autoridades de este deporte en la lucha contra el dopaje. Es algo que sucede con cierta regularidad, una medida de cautela que muestra la voluntad de los equipos por mostrar que el ciclismo ha cambiado y está comprometido contra el dopaje. 

Comprendo que el pasado tan turbulento de este deporte pueda generar dudas. No entiendo tanto esa sospecha sistemática contra todo y contra todos. Dice el autor del artículo que los corredores bajan del Teide, donde realizan entrenamiento en altura, como motos. No es verdad. Viene a insinuar que ese paraje es un paraíso donde no se hacen controles. Y lo hace, por cierto, empleando la palabra de quien párrafos después insinúa también que se dopa, Chris Froome. El corredor británico se quejó en Twitter en primavera de que tres favoritos para el Tour (él más Contador y Nibali) llevaban tres semanas concentrados en el Teide y no habían pasado ningún control antidopaje. Un error, en efecto, que el propio corredor denunció porque sabe el lastre que arrastra a causa de los errores de otros en el pasado. Pero olvida el autor decir que los ciclistas tienen que estar permanentemente localizados y que han aceptado un régimen casi de libertad vigilada. En cualquier momento y en cualquier lugar pueden recibir la visita de los vampiros que realizan el control antidopaje. Ayer mismo, Marcel Kittel escribía en Twitter que después de tres semanas fuera de casa disputando el Tour, había disfrutado mucho de dormir al fin en su cama, aunque el sueño duró menos de lo previsto porque de madrugada recibió la visita del control antipodaje. 

Los corredores deben dar a las autoridades su localización en cada momento. Supongo que recordarán lo ocurrido con Chris Horner, ganador de la Vuelta 2013, tras culminar la ronda española. Un diario deportivo publicó que se le había buscado en el hotel de su equipo para realizar un control antidopaje y no se le había encontrado. Resulta que Horner se había ido a pasar la noche a otro hotel con su esposa y resulta también que había comunicado ese cambio de hospedaje a las autoridades, pero la Agencia Mundial Antidopaje y la UCI, por lo que se ve, no se comunican entre ellos. Se generó un escándalo porque Horner no estaba en el hotel de su equipo, pero el estadounidense había avisado de que se hallaría en otro hotel. Hasta ese punto llega la vigilancia a la que aceptan los ciclistas estar sometidos, es el precio que pagan por recuperar la confianza perdida. 

No le convence al autor del artículo que Jean Christophé Péraud, con 37 años, sea segundo en el Tour. Ya que dice la edad, tampoco pasaba nada por recordar que el corredor francés dio el salto a profesionales muy tarde, con 33 años, ya que es un corredor que viene del ciclismo de montaña. La última vez que destacaron los franceses en el Tour, recuerda el autor, fue con corredores que después se vieron envueltos en casos de dopaje, por lo que ahora no se haría ilusiones con los ciclistas galos que han destacado este año. Lógica, como ven, aplastante. 

Lo que me agota de este artículo y de tantos otros que no hacen más que generar permanentes sospechas sobre el ciclismo en su conjunto y, en particular, sobre aquel que destaca, es que duda sistemáticamente del ganador. Es como si, cuando un equipo de fútbol golea a sus rivales, hubiera que sospechar de él. Nibali ha sacado más de siete minutos al segundo, así que su triunfo está bajo sospecha, dice el autor del artículo. ¿Dónde ponemos el tope? ¿Una ventaja de tres minutos sobre el segundo no le parece sospechosa? ¿A partir de 5 minutos sí lo es? ¿Cuántas etapas de montaña puede ganar un escalador para no ser visto con recelo? ¿Con cuánto tiempo sobre sus rivales? ¿Hasta qué edad puede un ciclista veterano ser podio en una gran vuelta sin que se insinúe que se dopa? ¿La misma hasta la que rinden veteranos en otros deportes? ¿Cuántos kilómetros puede durar una escapada para no parecer sospechosa?

La trampa, lamentablemente, existe. En el ciclismo, en el resto de deportes y en la vida. Yo no pongo la mano en el fuego por casi nadie. No en el ciclismo, en la vida. Lo que no hago es lanzar sospechas sobre la legalidad de las victorias de los corredores si no tengo pruebas contra ellos. Y este artículo lanza sospechas, tira la piedra y esconde la mano, pero no muestra pruebas. No me parece justo ni ético. Lamentablemente, el dopaje, como la trampa en política, economía y tantos otros ámbitos de la sociedad, no se podrá erradicar del todo. Debe ser perseguida y adelante con todos los cambios que haya que hacer para que el sistema de detección sea más eficaz. Por supuesto. Los amantes del ciclismo somos los primeros interesados en desenmascarar a los tramposos. Pero creo que de esa postura a la decisión de sembrar insidias a diestro y siniestro hay un trecho. Puedo coincidir con el autor del artículo en que no le hace bien al ciclismo que personas que en su pasado como corredores dieron positivo por dopaje o estuvieron implicados en escándalos sean ahora directores deportivos. Pero tampoco creo que porque Vinokourov sea el director de Astana se deba concluir que el equipo kazajo es sospechosos. 

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