Recuerdos ciclistas (I): Cuando el Chava conquistó el Angliru

El hecho de que las carreras ciclistas se hayan detenido por culpa del coronavirus no significa que el ciclismo no nos pueda seguir abrigando. Es más, se acrecienta la pasión por este deporte, porque nos invaden las ganas de volver a disfrutar del mismo en cuanto sea posible. Mientras tanto, podemos cobijarnos en los recuerdos ciclistas. Es lo que están haciendo Teledeporte y Eurosport, por ejemplo, repitiendo etapas o clásicas míticas, y, es lo que va a nutrir el blog a partir de ahora. Inauguramos una sección, que ojalá dure lo mínimo posible, porque eso será buena señal, llamada Recuerdos ciclistas. Nací en 1987 y empecé a seguir ciclismo en la parte final de la carrera de Miguel Indurain, así que mis recuerdos ciclistas, lógicamente, se limitarán a ese periodo de tiempo. No es mucho, pero son más de 20 años siguiendo este mágico deporte, en el que me introdujo mi hermano Jesús, quizá el mejor de los muchos y grandes regalos que me ha hecho, una de las mejores cosas que me ha dado


El primer recuerdo no podía ser otro: el Chava Jiménez conquistando el Angliru en la Vuelta Ciclista a España de 1999, la primera visita de la ronda española a esa cima asturiana. Envolvía un aura de leyenda al Angliru. Una cima inhumana, de extraordinaria exigencia. Un hallazgo para la Vuelta. Un lugar inhóspito que iba a ofrecer  un espectáculo sin igual. Recuerdo las portadas de los periódicos deportivos aquel día, anunciando la llegada del Angliru, ese coloso que asustaba hasta por su nombre. Recuerdo la altimetría del puerto en los periódicos y en la tele. Y recuerdo esa sensación de expectación ante lo que iba a acontecer en esa etapa, la novena de la Vuelta 1999. 



Abraham Olano llegaba de líder a las cimas del puerto, aunque el ganador final de aquella edición de la carrera fue Jan Ullrich. El día era de perros. Lluvioso y con niebla. La visibilidad se fue reduciendo en las pantallas. Escaladas a cimas envueltas en niebla. Cuántas grandes imágenes de ciclismo tienen ese telón de fondo. Se sucedieron los ataques. El que más lejos llegó fue el del ruso Pavel Tonkov, que vestía los colores del mítico Mapei. Parecía que iba a lograr la victoria, todos lo dábamos por hecho, incluido Pedro González, el narrador de TVE, fallecido unos años después, la voz del ciclismo en televisión durante mucho tiempo.

Pero llegó el Chava. No se sabía muy bien cómo ni de dónde. Pero llegó, portentoso, volando, como salido de las nieblas, como si no fuera real. Llegó a la altura de Tonkov. Y la imagen era más y más confusa, más y más oscura, entre la lluvia, entre la niebla. Ganó el Chava, quién si no. No podía ser otro el primer ganador en el Angliru. No podía inscribirse otro nombre en la cima asturiana, que después ha acogido otros grandes momentos, otros grandes recuerdos ciclistas.  

José María Jiménez, el Chava (1971-2003) es el perfecto ejemplo de ciclista carismático, uno de los más carismáticos que he visto en mi vida. Solemos decir, porque es verdad, que la calidad y el carisma de los ciclistas no depende de su palmarés, que hay algo que va mucho más allá de las victorias. Logró muchas el corredor de El Barraco, 28, y de mucho nivel. Entre otras, nueve etapas de la Vuelta a España, donde ganó cuatro veces la clasificación de la montaña. Pero lo que recordamos del Chava, más allá de sus triunfos, es lo que transmitía, su genialidad, la vibrante energía que transmitía en los días en los que nadie podía detenerlo, en los que domaba las montañas como nadie. Eso que nos hacía despertar el Chava vale más que todas las victorias del mundo. Su muerte, el 6 de diciembre de 2003, fue también uno de los peores días para todos los amantes del ciclismo, una noticia pésima, una pérdida temprana, que nunca debería haber ocurrido. Pero recordaremos al Chava glorioso en las montañas, como en aquel día en el Angliru, conquistando una cima que nunca antes nadie había conquistado. 

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