Resumen del 2018 ciclista (y IV): El Mundial de Valverde

30 de septiembre de 2018, el día que Alejandro Valverde conquistó el mundo. No hay mejor manera de despedir el año que recordando aquella carrera inolvidable en Innsbruck. 15 años después de conseguir su primera medalla en un Mundial, en la que muchos señalaban como su última oportunidad, el ciclista murciano hizo buenos los pronósticos y se proclamó, al fin, campeón del mundo. Vestirá el arcoíris el próximo año, con el propósito de seguir divirtiéndose encima de la bicicleta. No es que tenga una sed insaciable de victorias, porque lo ha ganado todo, es que así es cómo él entiende este deporte. Ganar es su estado natural. 


Igual que los mundiales de Peter Sagan fueron celebrados por muchos aficionados no eslovacos, la victoria de Valverde en Innsbruck alegró a la inmensa mayoría de los amantes del ciclismo, independientemente de su nacionalidad. Porque, entre otras cosas, Valverde lleva ahí media vida. Porque impregna los recuerdos de todos desde hace una década y media. Bala verde. Alejandro el Magno, el conquistador. El que gana igual clásicas, carreras de una semana, etapas de montaña y contrarrelojes. El que empieza a correr, es decir, a ganar, a principios de año y llega en plena forma al Mundial. El que lloró como un niño cuando logró su primer podio en el Tour de Francia, esa carrera con la que mantiene una relación de amor odio, de la que ha recibido más palos que alegrías. El que entró en el podio del Giro de Italia en su primera participación en la corsa rosa. 

Valverde, el gigante, el que cuenta sus victorias con tres dígitos. Valverde, el que ha ido retirando a los corredores de su quinta, porque sus rivales han ido cambiando, más jóvenes todos, pero él ha seguido ganando a todos. Valverde, el que nunca se rinde. Valverde, el que vence en todos los terrenos. Valverde, el que, con 38 años, sigue sintiendo un pellizco especial de ilusión cuando se pone un dorsal. Valverde, el eterno. El que siempre ha estado ahí. Valverde, el favorito que lleva con resignación ese peso, esa responsabilidad extra. Valverde, el gran compañero que no duda en entregarse a sus líderes. Valverde, el de la sonrisa permanente. Valverde, el metódico, el profesional ejemplar. 

Ese Valverde es, desde el mágico 30 de septiembre en Innsbruck, campeón del mundo. La selección española hizo los deberes. Esta vez todo salió a pedir de boca. Los hombres de Javier Mínguez, que hace unas semanas dejó de ser seleccionador nacional, hicieron lo que debían, controlando cada ataque de las selecciones más fuertes, cubriendo las espaldas a Valverde, para que fuera después el murciano el que rematara. Y vaya si lo hizo. Entró en el corte definitivo, junto a Romain Bardet, insultantemente más joven que él, y a Michael Woods. A ellos se unió después Tom Dumoulin, bestial en su enésima exhibición de autocontrol y resistencia. Lanzó muy pronto el sprint Valverde, o eso nos pareció. Nos temíamos lo peor. Pero Valverde controlaba, claro. Él lo tenía todo en la cabeza. Lanzó pronto el sprint porque iba con fuerzas para batir a sus rivales, porque esta vez el arcoíris no se le escaparía. 



Y, entonces, el éxtasis, que refleja muy bien este vídeo de El Maillot que recopila las narraciones de distintas emisoras de radio y televisión españolas del sprint decisivo, de la victoria de Valverde. Los gritos. La felicidad. Alguna lágrima que se intuye en esas voces quebradas, rotas de emoción. La rabia contenida por tantas veces que el Mundial estuvo cerca, pero se escapó el oro. Y, después, las lágrimas de Valverde, su alegría plena, la sonrisa del campeón, del conquistador, del glorioso que lo había ganado todo, pero no tenía el oro mundialista todavía. Le faltaba un arcoíris. Y lo pintó con su talento. Alejandro Valverde, campeón del mundo. El mejor recuerdo del 2018 para los amantes del ciclismo, que esperamos más emoción y más jornadas memorables de ciclismo como la de aquel 30 de septiembre que jamás olvidaremos. No digas que fue un sueño. 

¡Feliz 2019!

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