Recuerdos ciclistas (XVI): Nibali, la Milán-San Remo y el Sáhara

La Milán-San Remo es una carrera especial para los amantes del ciclismo por muchas razones. Tal vez la principal sea que es el primer monumento de la temporada en el calendario, así que su llegada anticipa el comienzo de uno de los mejores momentos de la temporada, esa sucesión de carreras de un día, la mayoría, con muchísima historia detrás, en las que no vale reservarse para mañana, porque no hay mañana, todo se decide en esas horas de esfuerzo, en un solo día. Por eso son tan vibrantes, por eso su emoción no es comparable a ninguna otra carrera. En las clásicas no hay reválidas, es todo o nada. Es terreno para valientes y pocos ciclistas hay más valientes en el pelotón que Vincenzo Nibali, siempre al ataque, siempre aguerrido, que jamás se da por vencido. 


Por esa valentía que le caracteriza, por su forma de entender el ciclismo, el Tiburón es favorito casi allá donde va. Da un poco igual que esté en mejor o en peor forma, que el recorrido se adapte más o menos a él, que tenga enfrente mejores o peores rivales. Él siempre tiene algo que decir, nunca deja de intentarlo. Así es como ha conseguido un palmarés al alcance de muy pocos ciclistas, ha despertado la admiración en todos los aficionados a este deporte y ha logrado ganar allí donde, a priori, casi nadie le esperaba. Por ejemplo, en la Milán-San Remo, que conquistó en 2018

Atacó en el Poggio y se fue solo. Nadie pudo seguir el endiablado ritmo del ciclista italiano. Nadie le persiguió. Por detrás, en el gran grupo, los equipos de los ciclistas más rápidos pensaban que podrían organizarse y darle caza. Pero Nibali tenía otros planes. A punto estuvo el grupo perseguidor de echar abajo su intentona, ya que no le sobró nada al valiente corredor italiano. Pero le bastó esa mínima diferencia para alzar los brazos en señal de campeón en San Remo y conquistar así su segundo monumento, tras el Giro de Lombardía que había ganado un año antes

No es un recuerdo muy lejano este que comparto hoy, pero sí es especial por muchas razones. Lo es, desde luego, porque la victoria de un patricio del pelotón como Nibali en la Classicissima es siempre algo digno de recordar. Por la forma en la que lo consiguió, sorprendiendo a todos y atacando con valentía, sin conservadurismo alguno, a lo campeón, hasta con un punto de imprudencia, como acostumbra. 

Confieso que sobre todo es un recuerdo especial porque no vi la carrera en directo, me enteré de ella al día siguiente, de hecho, porque esa noche dormí en el desierto del Sáhara, en Zagora. No había cobertura ni de broma allí, claro, así que no fue hasta entrada la mañana del día siguiente, cuando llegué a Ouarzarzate, cuando pude ver qué había sucedido en la carrera. Y entonces vibré con un vídeo de minuto y medio en el que Javier Ares, para entonces recién llegado a Eurosport, narrando el final. Allí, en Marruecos, tras haber pasado una de las noches más mágicas de mi vida, en mitad del desierto, fue donde me enteré de la victoria de Nibali. Y es un recuerdo ciclista, y no sólo ciclista, absolutamente imborrable. 

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